"La vista más bella es aquella que comparto contigo..."
(...)
Tenía un buen trabajo, una salud impecable y un novio que era un regalo del cielo. Pero su vida no tenía sentido. Vivía por vivir, sin ganas de sentir. Todo le parecía aburrido y monótono, como las agujas de un reloj. Ambas dejaban pasar el tiempo. Nada más.
(….)
Jessica conoció a Brean una tarde de verano. Ese día Jessica y Silvia decidieron ir a ver una película. Llovía con una fuerza increíble que impedía ver más allá. Ante la tormenta de agua que estaba cayendo tuvieron que esperar en la entrada del cine para ver si paraba de llover. Mientras comentaban la película, un chico, un tanto despistado, les preguntó donde podía encontrar una cabina de teléfono. Jessica se enamoró nada más verlo. Estaba todo empapado, con la mirada perdida, y le entraron ganas de arroparlo. Apenas entendía el idioma y Jessica le indicó, como pudo, donde podía llamar, sin dejar de mirarlo bajando la mirada. Con todas las fuerzas del mundo reunidas, Jessica no dudó en compartir el espacio de la cabina con él mientras su amiga sonreía desde la distancia.
Ese día fue el inicio de su relación con Brean.
Había pasado siete años y seguía siendo el amor de su vida, o eso creía ella. Brean vivía en Inglaterra y aunque apenas se veían, mantenían viva la llama de su amor con encuentros esporádicos que a menudo no pasaban de las terminales de los aeropuertos.
Brean estaba enamoradísimo de ella, y hacía todo lo imposible para estar a su lado y sentirla cerca. Su vida no tenía sentido sin ella. Incluso pensaba dejar su país, su trabajo, su familia,… Y todo por ella. Jessica era la mujer de su vida y quería pasar el resto de su vida con ella.
Jessica recordaba los primeros años con Brean con una gran sonrisa, pero el presente con una espina en el corazón. Algo había cambiado. Pero tenía claro una cosa: no quería hacerle daño, porque lo quería demasiado como para verlo sufrir. Era algo que sus ojos no estaban dispuestos a ver. Aunque se engañaba a sí misma, eso era lo menos importante. Como Brean le importaba demasiado prefirió callar y pensar que tan solo sería una mala racha, como cualquier pareja y que con el tiempo volverían a estar igual de felices que en los primeros años de su relación. Pero por no ser sincera consigo misma ocurrió lo inesperado, o lo esperado.
(...)
Era domingo y eso significa dos cosas: que no trabajaba y que podía dedicar todo su tiempo a sí misma. Realmente hacía muchísimo tiempo que no tenía un solo y simple día para ella, y eso le hacía tremendamente feliz. Así que se duchó mientras escuchaba Sad eyes, desayunó con el periódico en la mano, y acabó tumbada en el sofá leyendo El juego del amor. Una novela que trataba el tema del amor como un juego en el que sólo había un único ganador, y ni un sólo perdedor.
Como el día era soleado y agradable pensó en ir a comer a un restaurante. Llamó a una compañera de trabajo, pero no la localizó. Contestador. Pensó, estará en la oficina. Pero no le importó lo más mínimo. Ese día lo iba a dedicar a ella misma. Primero iría a un buen restaurante, luego a ver una gran película, o simplemente cualquier película. Al llegar a casa llamaría a Brean y asunto solucionado. Ese era el plan de un domingo inusual.
Un compañero de trabajo le había hablado de un restaurante diferente, especial, incluso raro, y pensó que era una buena oportunidad para comprobarlo con sus propios ojos y negarle la razón a ese compañero.
El restaurante, conocido como La RoSa, parecía un restaurante más, pero todo cambiaba al entrar.Le sorprendió que le pidieran la documentación; pero pensó que sería lo normal en un restaurante atípico. Jessica estuvo esperando en la entrada del restaurante durante varios minutos; minutos que le sirvieron para poder observar con detenimiento el restaurante.
Las mesas estaban muy separadas las unas de las otras. Apenas había luz a pesar que había un gran ventanal que permitía ver el mejor paisaje de la ciudad. Todas las mesas tenían algo en común: una rosa roja en el centro con una nota. Realmente era un restaurante especial.
De repente, se le acercó un camarero de blanco impoluto con la mejor de sus sonrisas.
- ¿Va a comer sola, señorita? o ¿Está esperando a alguien?
- No, no. Vengo sola.
- Perfecto. Déjeme que le acompañe a su mesa.
- Gracias, es usted muy amable.
- Son órdenes. Sígame, por favor.
¿Órdenes? ¿De quién? No entendía nada pero, por primera vez en mucho tiempo, las agujas del reloj no le parecieron tan aburridas y sin vida.
El día estaba resultando mejor de lo que ella esperaba.
Finalmente el camarero le acompañó a su mesa.
- Ésta es la mejor mesa. Disfrute del paisaje.
Le entregó la carta y se fue sin más. Realmente lo era; el paisaje era encantador y transmitía la paz y tranquilidad que necesitaba. ¡Qué maravilla! Seguía sin entender el porqué estaba sentada en la mejor mesa. En aquellos instantes, eso carecía de importancia.
Se podía ver a lo lejos el mar y las gaviotas que volaban sobre él. Podía sentir el color del mar, y sentir la mirada del océano. Aquel lugar le recordaba a la ventana de su habitación, claro que eran las tres de la tarde y el sol lucía con más fuerza que nunca.
Observó a su alrededor. Justo enfrente había un matrimonio, o por lo menos parecía un matrimonio, pero que apenas se miraban. Qué triste, pensó. A su derecha había una pareja con sus dos hijos, o eso creía. Lo cierto es que no había mucha gente, pero en realidad no necesitaba a nadie más. Era un día perfecto. Y nada ni nadie se lo iba a impedir.
(...)
Y, sin apenas mirar la carta, apareció él. Un hombre de unos cuarenta años, atractivo y con una mirada que podía dejar a cualquier mujer sin respiración. Jessica jamás se había fijado en un solo hombre que no fuera Brean.Iba con un traje negro de rayas muy finas y una camisa blanca que hacía resaltar su bronceada piel. El camarero lo condujo a una mesa no muy lejana de la que se encontraba ella, y se sentó con intención de mirar la carta.Jessica siempre había sido muy tímida con los chicos, excepto cuando conoció a Brean, pero éste hombre le producía cierto nerviosismo, y aunque sintió algo en su interior, no quiso darle mayor importancia. No debía. Así que bajó su mirada y miró la carta sin saber lo que leía. Ese hombre era demasiado especial como para no pensar en él y pensar en lo que iba a comer. Ya no le importaba lo que había en la carta. Ni la mejor vista de la ciudad, ni las gaviotas que a lo lejos volaban sobre el mar. Ya nada de lo planeado le importaba. Porque ¿qué importaba lo que había planeado cuando las mariposas que la habían abandonado habían vuelto revoloteando en su interior?
Era inevitable. Con cierto disimulo y mucho descaro, levantó la mirada. Y ahí estaba él, con las manos entrelazadas sosteniendo su barbilla, y mirándola fijamente sin pestañear.Jessica no sabía qué hacer y notó como el corazón se le aceleraba en cuestión de segundos. Latía con fuerza sintiéndose viva.
Optó por levantar más la carta y así poder tapar su rostro. Pero sabía que tarde o temprano tenía que bajar la carta porque le parecía una situación incómoda, absurda y ridícula. Era una mujer hecha y derecha, y no podía permitirse el juego de niños, aunque se moría por jugar.
Y así lo hizo. Bajó la carta, pero el misterioso hombre continuaba mirándola como si no hubiese nadie más que ella. Jessica creyó derretirse...
(...)
Su gesto cambió radicalmente al ver que se acercaba una mujer elegantísima y se sentaba al lado del hombre trajeado. Bajó la mirada y pensó en lo que iba a comer.
El día no estaba resultando tan agradable y especial como ella esperaba. Todo volvía a ser como antes, es más se sentía como siempre y pensó en Brean.
Ni siquiera decidió ver las películas que hacían en el cine. Salió del restaurante con una única dirección: su apartamento. Sólo quería estar sola, como las agujas del reloj.
Mientras caminaba con un fuerte sol a sus espaldas, pensó en lo maravilloso que hubiera sido conocer al misterioso hombre del restaurante, pero ¿era realmente poco ético pensar en un hombre que no fuera su novio? Jessica sabía que sí, pero no podía parar de pensar en él.
¿Qué importa la moral cuando las agujas del reloj dejan de ser monótonas?
No llamó a Brean.
Capítulo V : Las agujas del reloj
El cementerio, de AiLeoN
Nota:
Rayco, ya lo leíste, aunque algo modificado. Lo siento por si lo has leído por segunda vez.
Para el resto, espero que os haya gustado. Sed benevolentes con vuestros comentarios. El personaje de Jessica, como el del resto, está escrito con mucho cariño y entendimiento, aunque no comparta ciertas cosas... Como la que alimenta a este personaje soy yo, estoy dudando en su evolución.
Evidentemente, no está todo el capítulo, porque no es plan de aburriros con tanta letra.
Estoy de lleno en ello, avanzando ahora que me viene la inspiración.
Así que puede que ponga más fragmentos de otros capítulos, pero no muchos más.
Para esa persona anónima y moralista, que sé que me lee, decirle que los placeres de la vida ni están en la moral ni en la ética. No voy a ser yo quién diga donde están, más que nada, porque no pretendo escandalizar, aunque no niego que me gustaría, para que me maldigas con razón.
Mañana, bueno dentro de unas horas, madrugo y aquí estoy. Si es que me apasiona tanto que me olvido de las agujas del reloj, en mi caso, nada aburridas ni monótonas (¿?)
Buenas noches,
Aileon