lunes, 22 de septiembre de 2008

Un trocito de cielo...


Después de pegarme el madrugón del siglo -creí que a esa hora no había vida humana por las calles -, cerrar los ojos durante una hora en el tren, impregnarme de ese olor tan agradable en los túneles del metro para luego congelarte en él, convertirme en una jovencita con carpeta, sudar la gota gorda mientras subo no sé cuantas escaleras, con un dolor de retraso de la amiga del mes, por fin veo mi destino. Creo que me he merecido algo de cielo…

Sigo caminando. Las gotas de lluvia me dan la bienvenida. Son las 8 de la mañana. Pregunto y la respuesta me deja sin aliento. No puede ser. ¿Es que la gente no duerme? o ¿es que se han quedado a dormir ahí? Más tarde, entiendo la respuesta.
Apunto mi nombre en una lista y soy el número 109. Mal rollo me dice un chico. Yo no sonrío. Me pongo a la cola. Me siento enana entre dos chicos de 1,90. Tengo sensación de asfixia. Las nubes amenazan lluvia, pero se queda en eso. Son las 9 y sigo en el mismo sitio. Y la cola que no se mueve. Entablo conversación –muy agradable- con el chico de atrás. Hasta que viene un amigo. Dos químicos sin plaza. Dicen que siempre les quedará las matemáticas. Puede. El chico de delante, aburrido, resopla continuamente. Lee un libro- por cierto, me gusta su forma de vestir- y hablamos de la vida -me gusta su filosofía de vida-. Pero sigue resoplando. Yo ahora también.
Son las 11, y sólo hemos avanzado un paso. Me duelen los riñones y tengo muchas náuseas. Tienes mala cara, me dicen. ¿En serio? contesto. Me siento cansada, y miro al cielo. Vuelven las primeras gotas. Y la gente se rebela. Y yo estoy echa una ‘mierda’. Estoy desanimada. Y pienso que otro año más que sólo se queda en una cola. Una chica me pide fuego. No fumo, le digo. Me mira mal. Una amargada de la vida, pienso. Son las 11:20 y veo a lo lejos que la gente empieza a caminar. Sí, avanzamos lentamente, pero avanzamos. Subimos los peldaños de las escaleras. Fuera llueve con fuerza. Menos mal, pienso. De esa me he librado. Seguimos subiendo. Una argentina me pregunta. Puede que la vea en un futuro. Ella sí sabe. Son las 12, y ya veo la puerta del ¿cielo? No lo sé, pero veo la puerta. Suena Paquito el Chocolatero. Joder ¿quién tiene puesta esa música en el móvil? Ni me inmuto para comprobarlo. Son las 12:20 y estoy a dos pasos. No sonrío. Estoy cansada. Me encuentro mal y, por primera vez en mucho tiempo, siento un sueño horrible.
Por fin entro. Ya es cuestión de segundos. Buenos días, me dice una mujer. Para ella, pienso. Muestro la documentación necesaria y me sonríe. Entiendo su sonrisa, y le doy las gracias. Son las 12:45, y los papeles están grapados detrás de su mostrador. Me felicita el chico de delante y de detrás. No puedo hacer lo mismo. Me hubiera gustado. Uno sí, el otro no. Me despido con un ‘gracias por la conversación’. De nada, suerte. Salgo de allí y veo la cola ¿100 aún por pasar por ahí? Pues seguro. Bajo las escaleras, sin mirar caras. Sólo oigo soplidos. Se palpa la decepción, el aburrimiento, el cansancio, y las ganas de salir de allí. Voy a la aula de informática e imprimo. Se acabó el papeleo y...

Salgo a la 1 de allí, y llueve. Mucho. Saco el paraguas, pero es absurdo. El agua convierte mis tejanos en dos colores. Quedo con una amiga para comer. Hablamos. Me tomo mi tercera pastilla del día. Me siento algo mejor. Nos mojamos. Mucho más. Siento mis calcetines de rayas empapados. Me despido de ella. Ella va por la costa, yo por el interior. En el tren, empiezo a leer. Me está decepcionando el final. Aunque también pienso que leo por leer. Pero sigo leyendo. Parece que la tercera pastilla me está haciendo efecto, y me encuentro mucho mejor.
Salgo de la estación y llamo a mis padres. Habitación 212. En media hora me presento en la clínica, mojada e impresentable. Estoy con mi abuela. Le doy la merienda, hasta que viene mi madre. Ella directamente me echa de allí y me dice que vaya para casa a descansar. No protesto. Miro mis pies, y pienso que tiene razón.
He llegado hace poco. No reconocía mis pies, fríos y arrugados. Pero están vivos. Yo no lo sé. Ahora estoy mejor, y escribiendo esta entrada.
Mañana todo volverá a la normalidad. Pero hoy he dejado- al fin- de ser un número de una cola.

Conclusión:
No creo que sólo me merezca un trocito de cielo.
Me merezco el cielo entero.
Lo siento, hoy el cielo es mío... Me lo he ganado.

Aileon

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Aunque realmente no se de que hablas,te felicito por no ser un numero de cola,por lo que dices,debe de ser algo muy importante en tu vida.

Si me permites ya que ayer el cielo era tuyo hoy me gustaria quedarmelo yo,me lo dejas?,jeje

Que tengas un buen dia

Cuidate!

Luna Carmesi dijo...

Al menos terminaste ese papeleo, eso es lo importante.

Aun recuerdo alguna historia en estas colas camino de la burocracia...
Ayyyy

Besos.

ayco dijo...

Tú sí que eres un trozo de cielo.

Aileon dijo...

David,
Si te soy sincera ya no sé lo que es importante y lo que no, pero bueno.Es algo que quería hacer.

Tranquilo, que el cielo hoy es todo tuyo. Ayer ya tuve bastante. Ahora eso sí, mañana vuelve a ser mío, lo siento!!! Hay que compartir jeje

Igualmente,
Cuídate

Aileon dijo...

Luna,
Sí, eso de momento o eso creo, ya está. Pero nunca se sabe. Tengo un pie, pero hasta que no esté del todo dentro pues...

Deberías contar esas historias que seguro que deben ser interesantes jeje. No lo dudo!!!

Besitos!!!

Aileon dijo...

Rayco,
Seguro que eso se lo dices a todas...:(

(perdón, es que siempre quería decir esa frase y no recuerdo una oportunidad tan clara para decirla)

Gracias (ruborizada)!!

Cuídate

Julia dijo...

No sé muy bien de que va tu papeleo pero... ¡Qué me vas a contar de burocracia!...
Me alegro que, al menos, hayas dejado de ser un número para pasar a ser un expediente.
Un beso.

Julia.

Anónimo dijo...

Julia,
Bueno ya se ha dado el primer paso, que ya es importante pero no definitivo, pero bueno...

Por lo menos ya no soy un número de cola, soy número en otra cosa jeje

Un saludo